Dejadme explorar libremente una sensación, sin que haya necesidad de poner nombres a las cosas ni escribir en forma de artículo.
Somos mamíferos y eso, si bien antes de ser madre me parecía poco relevante, al tener a mi primera hija se me presentó como algo esencial.
Cuando alguien se acercaba a mi bebé, todo mi cuerpo se ponía en alerta, sobre todo los primeros días. No toleraba demasiado la idea de que alguien la cogiese en brazos. Digo la idea, y no el hecho, porque no dejé que la cogieran hasta más adelante. Un hecho curioso que me hizo notar mi "mamiferidad", que exhudaba por todos los poros de mi cuerpo, fue identificar que la sensación amenazante era mayor cuanto más distante era mi relación con la persona que quería cogerla. Si bien encontré bastante natural cuando mi hermana, que prácticamente me crió a mí, la tomó en brazos al tercer día de haber nacido; a cada intento de algún miembro de mi familia política de hacer lo mismo, me asaltaba la intranquilidad. Es natural. El vínculo que nos une a las personas que forman nuestra familia política es puramente accidental. Podríamos no haberlas conocido nunca. Al nacer un hijo que lleva genes de éstos que fueron antes unos desconocidos se crea una tensión. Por un lado, los familiares del padre de la criatura sienten que el nuevo ser es de su clan. La madre, en cambio, que los siente como desconocidos, desearía que se mantuviesen más lejos. Y ahí se genera una contradicción que a menudo es vivida por la madre como malestar. Malestar ante una sensación que le viene de nuevo y la hace sentir más loba o leona que humana. Malestar ante el malestar del padre de la cría, quien sí tiene vínculos genéticos con los que la madre siente como amenaza y que además no ha pasado por la brutal experiencia mamífera que generalmente supone un parto. El padre no siempre comprende fácilmente la sensación de la madre. Malestar, en definitiva, porque lo que estaría bien visto desde un punto de vista de nuestra cultura humana occidental -dejar que otros toquen y cojan al bebé, etc.- se siente como algo impuesto, artificial y amenazante.
Las sensaciones de amenaza y posesión, aquello que en nuestro origen mamífero fuera protección instintiva de la cría, pueden resultar incomodantes. Nuestra sociedad tiene enraizada una forma de maternar mucho más basada en una racionalidad de la que no entiende la mujer recién parida. Lo primero y lo segundo pueden hacer fácilmente que la madre se sienta mal, como si a cada momento la acechase un peligro u otro.
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