Recientemente, al reemprender mi estudio de la literatura, que había quedado interrumpido al ser madre, he podido observar como nuevos matices enriquecían la lectura de obras clásicas. Da la casualidad que este año doy un seminario sobre premios Nobel en lengua inglesa y este mes, mientras preparo la sesión sobre la novela de Pearl S. Buck "The Good Earth", me ha sorprendido agradablemente descubrir que embarazos, partos, lactancia y crianza, fenómenos tan inherentes a la vida como invisibles, se encuentran narrados en grandes obras de la literatura.
Me hallaba absorta en cierto capítulo cuando unas cuantas líneas me han hecho detenerme y obligarme a escribir lo que ahora escribo. El protagonista de mi libro parecía resumir en pocas palabras aquello que yo hace meses que voy sintiendo en lo más íntimo: el apego con la propia cría, cuando se da, actúa como estímulo de un tipo de crianza, respetuosa, apegada, instintiva, que no se da cuando el desapego se ha instaurado desde el primer momento del nacimiento.
El personaje, un campesino chino trabajando en la ciudad después de una gran famina en el campo se ve en el dilema de vender a su hija de pocos años como esclava para así poder volver a su tierra o seguir en la ciudad, en condiciones miserables, pero conservando intacta su familia.
"I might have done it" (lo hubiera hecho), he mused (murmuró), "if she had not lain in my bosom and smiled like that" (si no la hubiese llevado en mis brazos y me hubiese sonreído como lo hacía).
El apego que se ha creado entre la bebé y su padre, el campesino, hace que le parezca inconcebible vender a su propia hija. Pero como él mismo expresa; si este apego no hubiese existido, la idea de venderla como esclava le parecería factible.
Salvando las enormísimas diferencias, he aquí el mensaje que en mi opinión expresa lo que es el apego.
Cuando un bebé nace de forma natural, sin que la madre sea drogada, cuando la lactancia se establece desde el principio, el bebé se mantiene junto a la madre (junto a los padres), es llevado en brazos a menudo y respetado en sus necesidades; se crea un vínculo tan estrecho que resulta difícil de romper. Es entonces cuando a menudo se plantea la posibilidad (en ocasiones peripécica) de llevar a cabo una crianza diferente a la más habitual en nuestra sociedad; una crianza sin guarderías ni abuelos canguro; sin biberones ni alimentación a marchas forzadas; sin rutinas de dormir estrictas porque al día siguiente hay que levantarse pronto para salir de casa. Una crianza, en definitiva, donde los padres (o almenos uno de los dos) se hacen cargo del bebé durante todo el día.
Cuando desde el primer momento ha habido separación, en cambio, es más difícil que el apego florezca.
Y, como si lo estuviese oyendo, se me dirá: "eso los afortunados que podéis". Bueno, claro, si este tipo de crianza no se plantea en el seno de la familia como una posibilidad, entonces no se puede.
Quien algo quiere encuentra la manera... y quien no lo quiere, encuentra la excusa.
P.S.
Aunque utilizo como símil el caso de la novela de Pearl S. Buck, no deseo para nada que se interprete que equiparo el hecho de vender a una hija como esclava con una crianza menos apegada de la que yo describo. Nada más lejos de mi intención juzgar a nadie.
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